Se nos fue Diego, y con él se llevó al fútbol. Porque ya nada será igual. Nunca más. La muerte del Pelusa marca un antes y un después. Y el golpe retumba en todas las latitudes.
Noviembre había sido difícil desde principios de mes, con la internación en un sanatorio privado de La Plata y el posterior traslado a la Clínica Olivos para afrontar la intervención quirúrgica en la cabeza. El éxito de la cirugía fue un alivio parcial. Le esperaba una difícil recuperación. El corazón no le aguantó.
Lo que era una mañana más se transformó en la mañana más singular de la historia del fútbol argentino. Diego se levantó bien. Caminó unos pasos como de costumbre. Y luego se volvió a acostar. Todo ante la mirada del psicólogo, la psiquiatra y la enfermera de Swiss Medical que lo acompañaban en la recuperación. Sin embargo al mediodía, cuando fueron a levantarlo para darle la medicación, ya no respondió.
Cuatro ambulancias se acercaron de urgencia a la casa del barrio San Andrés, ubicado entre Nordelta y el complejo Villa Nueva, en el límite entre Tigre y Escobar. Pese a la celeridad con la que arribaron era demasiado tarde: Diego Armando Maradona había fallecido.
Campeón del mundo con la Selección en el Mundial de México 86, nos representó no sólo en la cancha sino también fuera de ella, en donde se mostró siempre auténtico, con sus virtudes y sus defectos, pero siendo siempre Maradona.
Fuente: Diario Olé